Hasta que no eres madre no entiendes realmente como es tu madre a nivel emocional. Puede parecer que digo una barbaridad pero es que es cuando realmente te pones en su lugar, cuando te vuelves su cómplice porque entiendes tantos sentimientos que cambian las cosas. Cuando eres niña idolatras a tus padres, en la adolescencia son el enemigo como poco, según creces entiendes muchas de sus decisiones pero es cuando eres madre cuando ves ese amor infinito que antes parecía estar dormido. Porque se quiere con el corazón, pero también se quiere con el alma, mucho más allá. Es totalmente distinto al amor “sentimental”, es otro mundo.
Ser mamá es tener superpoderes como os decía, levantarte instintivamente cuando el pequeño se mueve o abrazarlo fuerte contra ti para que se sienta seguro en medio de la noche. Rascar todas las horas al día que parece no tener para disfrutar de tiempo con el cachorro, escucharle, hablarle, interactuar, seguir informándote de todas las alternativas posibles para encontrar lo que piensas que es mejor y ante todo seguir siendo fiel a las cosas en que crees. Da igual tener a medio mundo en contra o favor, los superpoderes también te hacen ir a tu bola y hasta hacer oídos sordos a comentarios desafortunados.
Ser madre es coleccionar carcajadas, enjuagar lágrimas, curar con besos, regalar mimos y abrazos, estar alerta las 24 horas, vigilar un sueño que nunca te cansas de velar. Hacer de médico, de enfermera, de cocinera y de lo que haga falta. Es dar seguridad, cobijo, como la gallina con sus pollitos, al final la naturaleza es más sabia de lo que parece. Es guiar, acompañar, mirar orgullosa cada avance.